martes, 13 de febrero de 2007

Vanidad

Escuchando: Because the night (Patti Smith)




En mi memoria:

"Miré, lleno de vértigo, y descubrí una vasta extensión oceánica, cuyas aguas tenían un color tan parecido a la tinta que me recordaron la descripción que hace el geógrafo nubio del Mare Tenebrarum. Ninguna imaginación humana podría concebir panorama más lamentablemente desolado. A derecha e izquierda, y hasta donde podía alcanzar la mirada, se tendían, como murallas del mundo, cadenas de acantilados horriblemente negros y colgantes, cuyo lúgubre aspecto veíase reforzado por la resaca, que rompía contra ellos su blanca y lívida cresta, aullando y rugiendo eternamente".
(Edgar A. Poe - Un descenso al maelstrom)



Vengo de hablar con alguien a quien conozco desde hace años. Hoy es un personaje relevante a nivel político. Vengo bastante enfadado, así que hoy creo que me extenderé algo más de lo normal. Ruego que me perdoneis por lo extenso y porque este tema se aleja algo de lo que me propuse inicialmente, cuando decidí abrir este blog.

Empezaré por decir que, aunque yo prefiero la civilización griega, he de reconocer que los romanos eran muy sensatos a veces. Así, un triunfo en una batalla era celebrado, pero con matices. Se rendía pleitesía al vencedor, pero también a su ejército, sin el que la victoria no hubiera sido posible. Y el culto al vencedor, encumbrado en este momento de gloria, tenía una doble vertiente: era en cierto modo un agradecimiento a los dioses, pues gracias a su acción se había conseguido la victoria. También servía para protegerle de los malos espíritus que pudieran rondar al homenajeado. Entre estos, el peor de los demonios, el que acechaba con más peligro, era el de la vanidad.

Así, el carro del triunfador íba repleto de amuletos para protegerle, pero no sólo eso: detrás de él se colocaba un esclavo (es decir, lo más bajo en la escala social romana), que le decía en voz alta, para que todo el mundo lo escuchase: "Recuerda que eres un hombre". Al mismo tiempo, los propios legionarios que habían combatido a las órdenes del caudillo homenajeado, cantaban sátiras verdaderamente hirientes dedicadas al héroe. Se cuenta que al propio César, tras vencer a los galos, le recordaban con sus canciones la leyenda nunca contrastada de que era amante de Nicomedes, un rey del Asia Menor: “César subyugó las Galias y Nicomedes a César; ahora César, que subyugó las Galias, celebra un triunfo ¡y Nicomedes, que subyugó a César, no lo celebra!”.

Puede que a más de un gobernante en la actualidad le hiciese falta tener al lado a un esclavo de éstos cada vez que gana las elecciones, para que le recordase -¡qué menos!- que sigue siendo un mortal.


kuko

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Kuko, amigo, viví cuatro años cerca de los políticos, incluso amigos íntimos y, ¿sabes? el poder subyuga...Es uan especia de secta extraña... Besos

Anónimo dijo...

una especie quise decir
o ¿serán también una especia..alienígena?

Anónimo dijo...

Qué reflexión más oportuna en un momento tan socialmente deplorable como este.
Cómo me gusta la mirada que diriges a lo que te rodea.
Múltiples mestibesos y un abrazo sin límites
Sé feliz.
Mestiza