miércoles, 23 de enero de 2008

Ajedrez



Ilustración: El pensador (François Auguste René Rodin)

Escuchando: Message in a bottle (The Police)



En mi memoria:


"Cuanto más se eleva un hombre, más pequeño les parece a los que no saben volar".

(Friedrich Nietzsche)






El único mito que tuve en la infancia fue Bobby Fisher.

Me recuerdo a mí mismo en el colegio, siendo todavía muy niño. Jugábamos al ajedrez los sábados por la mañana. Aprendíamos las reglas, pocas aperturas y algunas defensas básicas. Y hablábamos mucho sobre Bobby Fisher.

No fue el más precoz entre los mejores ajedrecistas, aunque con 14 años era campeón de EE.UU. y con sólo uno más era Gran Maestro y hasta ese momento nadie había conseguido alcanzar tan joven uno de estos méritos.

Por no ser, puede que ni siquiera haya sido el mejor ajedrecista de la historia de este juego. De hecho, la mayoría consideran a Kasparov más completo.

Pero sin duda hacía el ajedrez mucho menos memorístico, más intuitivo y, desde luego, muy bello.

En aquellos telediarios en blanco y negro informaban sobre las partidas entre Fisher y Spassky. Se estaban jugando el campeonato del mundo, en manos soviéticas desde el final de la 2ª Guerra Mundial. Al principio, todos apostaban por Spassky, aunque Fisher venía de aplastar literalmente al resto de candidatos. Fisher comenzó perdiendo la primera partida. Luego hizo una de las suyas: no se presentó a la segunda. El resultado parecía claro, pero no fue así. Comenzó a remontar y luego a superar a su dignísimo adversario. Finalmente, ganó con gran autoridad.

Y llegó a la cima, contaba sólo con 29 años.

El resto es una historia de autodestrucción, probablemente porque concibió su vida como otro tablero de ajedrez y ahí no supo ganar la partida.





kuko

lunes, 14 de enero de 2008

Casualidad y tiempo


Ilustración: Huevos fritos con Francis Bacon (Reinerio Tamayo)

Escuchando: Fast car (Tracy Chapman)



En mi memoria:


“Tienes un coche rápido.
Como es tan rápido podemos volar.
Tienes que tomar una decisión:
nos vamos esta noche o vivimos y morimos de esta manera”


(De la canción anterior)






365 días con sus noches, casualidad y tiempo.

Justo un año sin saber de ella, hada emergente de mal augurio. Cuatro estaciones, revolución copernicana en viaje completo de ida y vuelta al mismo punto.

Resulta curioso el modo que tienen los dioses más malvados de castigar la insolencia de los hombres. Te recuerdan que no eres nadie, que no eres nada en sus manos.

De repente están ahí. Están en un teléfono móvil que se cae al suelo y se rompe. Se materializan en tu ocurrencia de repescar el teléfono antiguo. Y parece que puedes escuchar sus carcajadas cuando, al conectarlo, aparece aquella fotografía en la que estais los dos juntos riendo, su cabeza apoyada en tu pecho.

Hacía un año justo hoy. 365 días con sus noches.




kuko

sábado, 5 de enero de 2008

Tortuga y cebolla


Ilustración: Doble retrato (Lucian Freud)

Escuchando: Somebody to love (Jefferson Airplane)




En mi memoria:


“El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba.”

(Vanka- Anton Chejov)







Puede que lo que dice la canción sea cierto y que sea precisamente cuando se mueren las flores de tu jardín o cuando tu mente se llena de “rojo”. Tal vez es verdad que éste pueda ser precisamente el mejor momento para pensar si necesito a alguien a quien amar. O a algo, añado yo.

No me estoy quejando, pero es cierto que hace tiempo que se han muerto, quizás las maté yo mismo, las flores de mi jardín. Además, son muchas las noches que duermo inquieto, me despierto con pesadillas, y así ya no son sólo los días, sino también las noches las que paso con la mente en “rojo”.

Llevo meses intentando hacer lo del chiste: acostarme a ver si se me pasa. Pero estoy empezando a rendirme, y creo que va siendo hora de ponerme un límite temporal a partir del cual puede que lo haga, porque tal vez sea la hora de llenar el tremendo hueco que me dejó mi perrita al irse, aunque me prometí que no lo haría.

Cada día me doy cuenta que tengo menos de tortuga y más de cebolla. Lo mío no es un caparazón duro, sino varias capas frágiles, todas ellas permeables.



kuko