La medida del amor
Ilustración: Cafe au lait (Camille Pissarro)
Escuchando: Louie Louie (The Kinks)
Escuchando: Louie Louie (The Kinks)
Tras pasar una semana en un pueblo de Baviera, volvió a casa aletargado con la estupidez del amor que siente un hombre de mediana edad por una joven de cabellos rubios, generoso escote y sonrisa amplia con la que sólo había podido cruzar cuatro palabras en mal castellano. Y dos noches juntos, las dos últimas antes de volver a casa.
Sin dejar pasar siquiera una semana, y como le resultaba impersonal el correo electrónico, le escribió una primera carta de nueve folios a Frieda, que así se llamaba la joven. Le contaba que Baviera le había parecido preciosa y que le había encantado Munich, el lago Ammersee y, por encima de todo, estar con ella, cogidos de la mano después de cenar en el Boettner. Que la echaba de menos. Que la quería. Lo propio en estos casos, supongo.
Con mecanicidad germana, ella acusó recibo. Y así, Frieda le contestó con un golpe seco de postal rellena con letra bastante grande. Veintisiete letras en sólo seis palabras y la silueta de un corazón junto a la firma. Nada de relleno, sólo el perímetro de la víscera. Porque era una puta víscera y, además, mal dibujada.
Y pensó entonces que, en realidad, Baviera no le había gustado nada y Munich menos. Y que le habían clavado 130 euros por comer un jodido codillo de cerdo con col en el Boettner que, por si fuera poco, le había sentado como un tiro.
Además, se dijo, para ser sinceros, había que reconocer que la tía esa tenía el culo bastante gordo y su sonrisa era tan estúpida como su nombre.
kuko