Ajedrez
Ilustración: El pensador (François Auguste René Rodin)
Escuchando: Message in a bottle (The Police)
El único mito que tuve en la infancia fue Bobby Fisher.
Me recuerdo a mí mismo en el colegio, siendo todavía muy niño. Jugábamos al ajedrez los sábados por la mañana. Aprendíamos las reglas, pocas aperturas y algunas defensas básicas. Y hablábamos mucho sobre Bobby Fisher.
No fue el más precoz entre los mejores ajedrecistas, aunque con 14 años era campeón de EE.UU. y con sólo uno más era Gran Maestro y hasta ese momento nadie había conseguido alcanzar tan joven uno de estos méritos.
Por no ser, puede que ni siquiera haya sido el mejor ajedrecista de la historia de este juego. De hecho, la mayoría consideran a Kasparov más completo.
Pero sin duda hacía el ajedrez mucho menos memorístico, más intuitivo y, desde luego, muy bello.
En aquellos telediarios en blanco y negro informaban sobre las partidas entre Fisher y Spassky. Se estaban jugando el campeonato del mundo, en manos soviéticas desde el final de la 2ª Guerra Mundial. Al principio, todos apostaban por Spassky, aunque Fisher venía de aplastar literalmente al resto de candidatos. Fisher comenzó perdiendo la primera partida. Luego hizo una de las suyas: no se presentó a la segunda. El resultado parecía claro, pero no fue así. Comenzó a remontar y luego a superar a su dignísimo adversario. Finalmente, ganó con gran autoridad.
Y llegó a la cima, contaba sólo con 29 años.
El resto es una historia de autodestrucción, probablemente porque concibió su vida como otro tablero de ajedrez y ahí no supo ganar la partida.
kuko