viernes, 23 de octubre de 2009

Extraños




Ilustración: Amante, pareja (Otto Mueller)

Escuchando: Strangers in the night (Frank Sinatra)



En mi memoria:


“Creo que los dos tenemos miedo de lo mismo. Y por una misma razón. Nunca hemos conseguido, ninguno de los dos, entrar en la vida. Estamos colgando del lado de afuera, por mucho que hagamos, convencidos de que nos vamos a caer en el próximo tumbo.”

(El cielo protector – Paul Bowles)





No tenían más compañía que sus perros y a sus perros les dio por jugar juntos cuando coincidían en el parque.

Un día cualquiera del pasado invierno comenzaron a cruzarse primero una mirada y después saludos, incluso algunas sonrisas. Tímidamente, consiguieron entablar alguna conversación y, finalmente, acabaron sentados en el mismo banco juntos, día tras día, viéndoles sucederse con la velocidad con la que pasan las jornadas cuando ya eres demasiado mayor para frenar sus acelerados pasos.

Apenas conocían el uno del otro, pero al final su vida no era nada más que una sucesión de horas hasta el momento de bajar al parque.

Y así terminó el invierno y pasaron la primavera y el verano. Con el otoño, se hicieron los días más cortos, como el año anterior, como siempre, hasta que llegó de nuevo el invierno al parque y la noche les cubría muy pronto, como en el año anterior en que se conocieron.

Mientras tanto, los dos sabían, sin decir nada, que no habría un siguiente invierno juntos.

Pero esa tristeza silente se ahogaba, de vez en cuando, con los ladridos alegres de sus perros, que seguían jugando mientras apuraban su vida, todavía más corta.



kuko-

sábado, 10 de octubre de 2009

Baile


Ilustración: Niño con máscara (Antonio Berni)

Escuchando: Take this waltz (Leonard Cohen)



En mi memoria:

“En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.”


(De Poeta en Nueva York - Federico García Lorca )






Durante todo el camino iba refunfuñando en el coche. ¡Un salón de baile! ¡Pero si no hay nadie más torpe que yo! Y tú, que me conoces bien, no decías nada pero te mantenías fuerte en el pulso. Muchas virtudes no tengo, pero yo pago lo que debo, aunque sea haciendo el ridículo.

Al llegar al lugar, la escena era todavía peor que lo que había imaginado. Allí había unas trescientas personas y tú y yo éramos los únicos en edad laboral. Bueno, nosotros y el matrimonio aquel de la señora sonriente y el señor que, después de cada giro, levantaba la pierna izquierda y parecía una garza a la que iban a anillar.

Querías bailar, era obvio. Así que cogí tu mano y te llevé a la pista, infiltrándome entre los jubilados y dirigiéndome cerca del sitio donde se encontraba aquella fuente de luz tan extraña que parecía una antorcha. Recuerdo que intentaba no pisarte mientras tú apoyabas la cabeza en mi pecho, cerrabas los ojos y yo podía adivinar lo que pensabas: que la próxima vez que fuéramos allí a bailar ya no me quejaría.



kuko-

domingo, 4 de octubre de 2009

En la cafetería


Ilustración: Nighthawks (Edward Hopper)

Escuchando: Over the rainbow (Israel Kamakawiwo'ole)



En mi memoria:

Por lo general, los animales son tristes— continuó—. Y cuando un hombre está muy triste, no porque tenga dolor de muelas o haya perdido dinero, sino porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida entera y está justamente triste, entonces se parece un poco a un animal; entonces tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más hermoso que nunca. Así es, y ese aspecto tenías, lobo estepario, cuando te vi por primera vez ”

(El lobo estepario – Hermann Hesse)






El barman conoce bien su oficio y no te interrumpe mientras giras el vaso sin perderlo de vista y escuchas el tintineo del hielo. Sabe que no es casual que estés allí y que es algún tipo de dolor el que te hace necesitar varias copas a las dos de la madrugada. Sabe, desde hace mucho tiempo, que piensas en que lo peor no es cuando dejas de dormir con normalidad y tu horario se altera, sino cuando te das cuenta de que justo eso es lo que está pasando y comienzas a preguntarte si te estarás volviendo loco. O si vale la pena todo. O si vale la pena algo. Esa es la mirada que hay perdida en el vaso y que el barman respeta, porque sabe que se trata de una liturgia.

El barman sabe que hay un riesgo de que quieras abrir la boca para contarle algo. Y teme que llegue ese momento porque conoce muy bien su oficio y sabe que no hay serrín que te ayude a recoger cierta clase de vómitos. Es tarde, y tiene ganas de cerrar e irse a casa. Él no tiene siquiera la oportunidad de hacer parada en una cafetería y ponerse a girar un vaso para escuchar el tintineo del hielo.


kuko-