lunes, 10 de septiembre de 2007

Ebrios


Ilustración: Galatea de las esferas (Salvador Dalí)

Escuchando: Wild Theme from B.S.O. Local Hero (Dire Straits)



En mi memoria:

Cuando el amor se va,
parece que se inmensa.
¡Cómo le aumenta el alma
a la carne la pena!
Cuando se pone el sol
lo ahondan las estrellas.


(Juan Ramón Jiménez)



Ebria de alcohol y de autocompasión, se estaba vaciando en todos los sentidos. Me contaba que se creía incapaz de alcanzar el cielo y que creía estar condenada a vivir con alma de cuero, a penar viviendo eternamente una vida impersonal, a fotografiar los conceptos sin poder sentir jamás el tacto en sus manos como cuando descubrimos que las nubes no son de algodón y esto nos hace sentir más tristes…

Se quejó de su amarga existencia dedicada al reclutamiento de almas para los demás, pero teniendo vedado que alguien osara traspasar la línea que daba acceso a la suya. “En mí no hay misterio alguno: no crecí en la hiedra –repetía-, soy un ser que se crió entre ortigas”.

Y todo ello se veía salpicado de lágrimas que fluían una tras otra, mientras yo las veía resbalar suavemente desde el pequeño rubí que se apreciaba junto a sus enormes ojos negros hasta un punto a la altura de su naríz en el que yo, invariablemente, las capturaba con mi pañuelo, una por una, en un ejercicio que acabó por distraerme y alejarme un poco de aquella historia que me contaba, tan triste como irreal.

Entre lágrima y lágrima de Elena, entre trago y trago de ron, me preguntaba qué es lo que nos hace a veces ser tan desmemoriados como para castigarnos olvidando los pocos buenos momentos que hemos llegado a vivir. Hubiera sido inútil, lo sabía por otros intentos anteriores, recordarle que yo había sido testigo de esos momentos que ella juraba no haber vivido.

Así que, sin perder la vista de aquellos ojos y sin dejar resbalar hasta su boca una lágrima, me dio por pensar en las nubes de algodón. ¿No podría ser posible que todos nos hayan mentido?. Igual eran como las de las ferias y estaban hechas con azúcar…



kuko