viernes, 31 de agosto de 2007

El regreso


Ilustración: Tres amigos (Milton Avery)

Escuchando: Sad Eyes (Bruce Springsteen)



En mi memoria:

“Cada día llegas caminando
Me callo, nunca hablo mucho
Tú dices que eres feliz y que te va bien
Bueno, pues continua, tengo mucho tiempo.
Los ojos tristes nunca mienten
Los ojos tristes nunca mienten”


(De la canción anterior)



A veces, cuando vuelves a casa, se hace más fuerte la sensacion de no pertenecer a ningun sitio. Parece una contradicción, pero así es. Para que se me entienda: lo que más me ha alegrado de volver ha sido reencontrarme con mi almohada, mi dulce almohada que compré a precio de oro porque me prometieron que lo valía y, por una vez, no me engañaron.

Además, tengo lo de la reunión de mañana. Una cena de viejos amigos, ¡uf!. Uno de esos compromisos sociales que difícilmente se pueden eludir (yo no he encontrado una excusa razonable al menos). La cenita de marras es lo que faltaba para terminar de descolocarme cuando aún no he apagado las luces de aterrizaje. Cualquiera que me conozca sabe de mi aversión por estos eventos (puede que precisamente por eso, los muy cabrones se cuiden mucho en invitarme).

Y, cuando parece que nada más puede distorsionarme el ánimo, recibo una llamada suya, que me termina de morder el estómago.

Bueno, puede que sea la forma que tiene el destino de recordarme que ya estoy de vuelta. Además, puede que realmente yo no pertenezca a ningun sitio y mi sino sea el vagar buscando eternamente algo. Me gustaría al menos saber qué es ese algo. Sería -creo yo- un buen principio.





kuko

jueves, 2 de agosto de 2007


Ilustración: El Jardín de las Delicias [detalle] (El Bosco)

Escuchando: Sexual Healing (Marvin Gaye)




En mi memoria:

“Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
la leche de los senos como de un manantial,
por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte
en la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
porque tu ser pasara sin pena al lado mío
y saliera en la estrofa —limpio de todo mal—.
Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
amarte más.
Y todavía
amarte más
y más.”

(Pablo Neruda)






Has estado apoyada en mi hombro mientras leía, al tiempo que me cantabas esa canción que-tu-y-yo-sabemos-que-me-desconcentra. Hago como si nada pasara porque forma parte del juego.

Levantas la voz poco a poco, al tiempo que se escapa tu risa. Sabes que yo me contengo más y podría hacer como que leo durante más tiempo, aunque hace mucho rato que ya ni miro el libro y sólo te estoy intuyendo mientras cantas.

Tan pronto como me rindo y mi mano descansa con el libro en el sofá, me empujas hasta reclinarme, y me usas como almohada. Has dejado de cantar, me miras y me sonríes, mientras yo acaricio tu pelo.

En pocos minutos duermes profundamente, tu cabeza y mano en mi pecho.

Puede que hayan pasado algunos años, pero afortunadamente sigues siendo una niña.



kuko